El 13 de noviembre de 2002, tuvo lugar el hundimiento del petrolero monocasco llamado Prestige, cargado con 77.000 toneladas de fuelóleo. Este provocó
una gran marea negra que asoló la Costa da Morte gallega y afectó a todo
el litoral norte español y algunas zonas de Portugal y Francia (se extendió desde la desembocadura del Miño hasta la costa suroeste francesa), las cuales el
16 de
noviembre amanecieron
cubiertas de chapapote. Comenzaba así el que ha sido considerado el tercer accidente más costoso de la historia, por detrás del transbordador Columbia y del accidente de Chernobyl, y que aún permanece en la memoria de los españoles como una mancha imborrable.
El
accidente tuvo un impacto ambiental y económico de unos 4.000 millones
de euros.
Surge un movimiento ciudadano llamado Nunca Máis, que exige al Gobierno soluciones y responsabilidades, que actúen para evitar esa catástrofe. Dado que el Gobierno no ofrecía ni daba soluciones, una corriente de voluntarios
llegados de toda España se movilizan junto a los pescadores de la zona,
sin apenas medios, para limpiar el fuel que tiñe el litoral. En
poblaciones como Muxía (pleno centro de la catástrofe) se calcula que
más de 120.000 personas colaboraron en las tareas de limpieza durante
los meses en los que se trabajó contra el 'chapapote'.
Tras 10 años de juicios e investigaciones, ninguno de los responsables directos del desastre pagaron realmente las consecuencias de sus decisiones y actos. Los miembros del Gobierno que se hicieron cargo de la situación fueron duramente criticados por la mala gestión y actitud
con la que lo afrontaron. La gravedad de la situación fue claramente
infravalorada y no se tomaron las medidas adecuadas a tiempo, lo que
hizo que las posteriores consecuencias se acrecentaran. Tantos años
después, la catástrofe medioambiental del
Prestige debe seguir siendo un recordatorio de la importancia que tiene cuidar nuestro entorno para la población y un sentimiento de culpa imborrable para los responsables de todos los “Prestiges” del mundo.
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